viernes, 22 de octubre de 2010

El final de ETA

Con demasiada frecuencia se piensa en ETA como en una sociedad (limitada, anónima...) cualquiera cuya liquidación fuera posible acudiendo al registro oficial correspondiente o cumpliendo algún otro requisito formal (condena de la violencia, entrega de armas, etc).

Con entidades como ETA las cosas no funcionan así.

Supuesto que su actual cúpula dirigente decidiera entregar las armas, bastaría que otros mataran en su nombre para quedarse con la marca y su historia, perpetuando así su existencia. El acto formal de entrega de armas de la cúpula anterior habría sido en vano. Esto convierte indefectiblemente este tipo de gestos en meramente teatrales y, por consiguiente, engañosos. Dan una apariencia de realidad a lo que sólo es símbolo. Certificar su validez sólo es posible si van acompañados de la desaparición real de la banda. ¿Cómo constatar ésta? Con el paso del tiempo. Después de casi 50 años se impone ser precavido: no basta un mes, ni un año, ni una década.

Otorgar algún valor a semejantes gestos equivale a hacernos trampas al solitario. Es de imbéciles.

Una conciencia generalizada debería recorrer España: NADA cabe esperar de ETA ni su entorno. No porque ellos no estén dispuestos a ceder; sino porque nosotros no vamos a hacerles el juego. Ni a ellos ni a los bobos (o malvados) dispuestos a bailarles el agua.

Ni en uno solo de sus gestos deberíamos cifrar ninguna esperanza. No habríamos de tener otro horizonte que detenerlos, juzgarlos y deslegitimar socialmente la historia de terror, hasta conseguir hablar de ETA, por fin, como de una pesadilla pasada.